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Venezuela: la decadencia de la representación y la legitimidad

Por: Yorbis Esparragoza | Lic. en Filosofía.

Desde 1958 los partidos políticos Acción Democrática (AD) y COPEI, así como los grupos de interés más influyentes (Fedecamaras, CTV, Iglesia Católica, Fuerzas Armadas y Gremios Profesionales) confesados como de centroizquierda, amalgamaron el sistema democrático venezolano con socialismo vegetariano, permitiendo el avance gradual y sólido del socialismo carnívoro, es decir, el chavismo y sus secuaces.

Pero no vayamos tan acelerado, contextualicemos antes de que salgan los insultos de adecos y copeyanos rancios. Leyendo al Dr. Juan Carlos Rey (1991)[1] podemos interpretar que el camino de servidumbre en el que transita Venezuela no llegó de golpe. En esos 40 años de democracia, antes de Chávez en el poder, el país consolidó un modelo denominado por Rey como el sistema populista de conciliación de élites, fundamentado en pluralidad de intereses en los estamentos social, económico y político:

El funcionamiento de ese sistema ha dependido, fundamentalmente, de tres factores: la abundancia relativa de recursos económicos, con los que el Estado ha podido satisfacer, en una buena medida, las demandas de grupos y sectores heterogéneos; un nivel relativamente bajo y relativa simplicidad de tales demandas, que permitía que fueran satisfechas con los recursos disponibles, y la capacidad de las organizaciones políticas (partidos y grupos de presión) y de sus líderes para agregar, canalizar y manejar esas demandas y mantener la confianza de quienes las formulan. Ni los factores estructurales ni los puramente políticos explican por sí solos el exitoso funcionamiento del sistema. (Rey, 1991 pp. 565-566)

Tal sistema populista de conciliación de élites fue creado bajo el modelo económico rentista-mercantilista, expectativas societales basadas en la confianza y la representatividad de las organizaciones que a juicio de la Dra. Mirian Kornblith[2]afectaron terriblemente al imaginario político venezolano, ya que se pervirtieron poco a poco los mecanismos de representación y legitimidad, de generación de consenso, y de canalización del conflicto social.

Respecto al modelo rentista-mercantilista, el petróleo ha sido nuestra fuente de ingresos desde los años 20 del siglo pasado. Lo que ha ocurrido es que bajo la esperanza de que por arte de magia subieran los precios, aumentó el gasto público, el Estado y las demandas sociales. Lo que sucedió con los precios fue inestabilidad y tendencia a la baja, pero el país gastaba todo lo que le ingresaba, se endeudó y acostumbró a la ciudadanía al modelo populista de paternalismo de Estado, que sucumbió en la ineficiencia e improductividad por su gran tamaño. El modelo mercantilista se puede ejemplificar con una copa que se llena y derrama, lo que cae es para la ciudadanía y lo interno se conserva para los grupos influyentes. La población siempre tendrá una desigual o nula atención por parte de Estado, que quita de un lado para cubrir en otro.

Con el modelo de repartición equitativa de la riqueza nacional, los gobiernos de turno actuaban como dueños y señores de lo que no les pertenecía, los grupos influyentes reforzaban esta imagen, lo que llamaría Rey (cp. Kornblith, 1996) como “mecanismos utilitarios de integración al régimen político como fórmula para generar apoyos al mismo” (p.10) y la población los legitimaba en elecciones. El asistencialismo creció y el resentimiento de los que no entraban a la cofradía estadal también. Por supuesto, aumentaron los niveles de calidad de vida, educación, status social; pero la fragilidad del sistema socieconómico se evidenciaba con la ineficiencia en la transferencia de recursos a la sociedad, es decir, corrupción desmedida. El estallido de 1989 y el intento golpista del 1992 así lo expresaron. Tales acontecimientos quebraron la confianza en los partidos políticos y los grupos influyentes.

Como las élites populistas pagaban y se daban el vuelto respecto a la representatividad, es decir, eran grupos pequeños que centralizaban el poder entre ellos mismos, el aumento de las demandas sociales cada vez más complejas no consiguió respuesta, debido a que las instituciones no evolucionaron de la misma manera. Los partidos socialdemócratas venezolanos se instalaron en el imaginario venezolano como impenetrables, invariables y con cargos vitalicios. Así se creó una tradición partidista que aún se mantiene, trayendo consigo a un Chávez que vendió un giro ideológico y “reivindicativo social” para atraer una masa popular desplazada, resentida y con hambre de venganza. Chávez era el pobre que rompía con los esquemas políticos ya instaurados.

Este superficial recorrido de lo que sucedió con la democracia venezolana evidencia que no llegó de golpe el socialismo del SXXI, manteniendo la tradición partidista hermética, ya que la elite socialista y la élite socialdemócrata deciden por 30 millones de venezolanos, desplazando liderazgos emergentes, quedándose estos en activismo político cada vez más oprimido por el poder coercitivo de la tiranía que posee vida, si acaso, en redes sociales o representación estudiantil. Es por ello que la ciudadanía pensante no posee confianza ni legitimará a alguien que haya pertenecido al sistema populista de conciliación de élites extendido con la revolución socialista. Todo ello lo constata el apoyo de Copei hacia Henry Falcón (quien participó activamente en el Movimiento V República, fundado por Chávez) en las “elecciones” presidenciales venezolanas de 2018.

[1] Juan Carlos, Rey. (1991). La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación. [archivo PDF]. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/27121.pdf

[2] Kornblith, M. (1996). Crisis y transformación del sistema político venezolano: nuevas y viejas reglas de

juego. [archivo PDF]. Recuperado de: http://lasa.international.pitt.edu/LASA97/kornblith.pdf

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