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¿Por qué no se calla? Elogio a la prudencia en el discurso político

Es muy probable que gran parte del desinterés que el electorado expresa por los políticos es por la exagerada improvisación de muchos de ellos en sus discursos.

No todo el mundo tiene lo que popularmente se llama un “pico de plata”: esa capacidad para hilvanar en forma contingente pero armónica ideas para reflejar consistencia en una forma de pensar; es una destreza que se llega a aprender solamente con muchísima práctica. El problema es que la mayoría de las personas cree que practicar es solamente repetir la experiencia una y otra vez, sin siquiera pensar en la corrección de los errores cada vez.

Son incontables los casos en los que personas públicas han comprometido y puesto en tela de juicio sus niveles de educación, de cultura, su postura política e incluso su cordura, por satisfacer un ego que, desde tiempo anterior, seguramente, ha sido alimentado por comentarios o actividades de impulso a su imagen y que la persona ha asimilado totalmente, en muchos casos, con gula sentimental. Se han presentado casos terriblemente patéticos donde el candidato, inclusive poseedor de un grado académico alineado y correspondiente a la pregunta que le han hecho, ha caído en espacios de temeridad que luego son liquidados por compañeros de gremio, desluciendo lo que inicialmente quiso ser un intento de demostrar sabiduría o autoridad.

En otros casos, es el bajo nivel de la política el que ha secuestrado el valor del discurso y lo ha sustituido por la amenidad, aceptando, desgraciadamente, que vivimos en un mundo comunicacional donde a veces las grandes mayorías se interesan más por la forma que por el fondo de las cosas. En política definitivamente ambas dimensiones, la forma y el fondo, son elementos vertebrales para materializar las ideas con solidez y practicidad convincentes.

Lo anterior nos lleva a evidenciar las grandes diferencias entre las contiendas políticas de países políticamente maduros y los países adolescentes: en los del primer caso, los analistas se ven obligados a estudiar frase por frase, confrontar contenidos con eventos y escenarios, evaluar impactos en las dimensiones humanas más significativas, etcétera. En el segundo caso, niveles más básicos de análisis se llevan a cabo, porque la improvisación forma hiatos perniciosos que desconectan el mensaje de la agenda e inclusive de la doctrina que se representa.

Pocas personas, públicas o ciudadanos de a pie, aprenden de sus errores al hablar, y los candidatos no están excluidos de este grupo indolente; han creído que en política todo es un punto de honor, en vez de comprender que el honor es un punto, mas no el único. Es allí donde se establece la diferencia entre escuchar un discurso con atención por el valor del contenido o escucharlo superficialmente por el esparcimiento que otorga.

En razón de lo anterior, debe evaluarse sensata y juiciosamente el contenido de lo que el candidato va a presentar para convencer al electorado de que lo siga.

El planificador político, aunque no posea el control del discurso del candidato que apoya, debe crear un marco argumentativo y presentárselo, con el objeto de negociar los linderos que dicho candidato no debe sobrepasar. Con razones sólidas debe explicarle -a él y a su equipo- que si la omnisapiencia hoy día es atribuible, mas no totalmente, a los buscadores de Internet, es virtualmente imposible que una persona sepa de todo con profundidad y propiedad.

Lo anterior diferencia al presentador de un modelo de futuro promisor para una sociedad, del presentador de lo que el electorado mete al gran cajón de “más de lo mismo”.

@Joalsaro

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