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Carne de cañón: cría cuervos…

No es ninguna novedad la inclinación de las universidades públicas hacia las teorías marxistas, ya sea en México, en Colombia, en Venezuela, en España o en cualquier otro país del orbe, parece que la misión es educar universitarios marxistas.

El Estado muestra su poder mientras adoctrina a miles de jóvenes cada año; los manipulan, sesgan la información que se les brinda, los vuelven autómatas que no hacen sino repetir los discursos caducos del líder en turno.

No se les enseña a debatir, ni tampoco se les enseña a respetar al opositor. Les enseñan a justificar la destrucción y a odiar a aquellos que no comulgan con sus ideas. Pareciera que el objetivo de las universidades públicas ya no es difundir el conocimiento.

¿Cómo se puede comprobar que estos centros de estudio son la sede de adoctrinamiento de la izquierda? Fácilmente. Cada vez que hay elecciones son los mismos estudiantes quienes se jactan de votar por el candidato izquierdista; en los pasillos hablan sobre lo bueno que sería tenerlo en el gobierno, en las paredes incluso se pueden ver carteles de apoyo, también hay quienes en sus automóviles pegan stickers con la cara del candidato.

En México, la Universidad Nacional Autónoma de México ha servido como centro de adoctrinamiento. En la Facultad de Filosofía y Letras (así como en tantas otras) se encuentran imágenes de Marx, de Engels, del Che, de Castro, de Chávez. Se leen carteles que fomentan la guerrilla. Se escuchan alumnos hablando sobre acaparar los medios de producción.

Durante los doce años que duró la campaña política del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador, tanto profesores como alumnos externaban con gozo su incondicional apoyo.

En clases, los catedráticos repetían las palabras de AMLO; “la mafia del poder”, “presidente espurio”, “fue fraude electoral”, “el neoliberalismo no sirve”. Los alumnos aceptaban sin chistar y, aunque hubiera quien cuestionara, era callado súbitamente por la multitud adoctrinada.

La dicotomía del socialismo y el libre mercado siempre deviene en el mismo resultado simplón carente de argumentación y análisis: todo lo que venga de Marx es bueno, todo lo que venga de Smith es malo.

Los años de repetir calumnias y de acrecentar el odio al fin dieron resultado. Doce años después, los estudiantes y maestros de la UNAM celebraban con gozo el triunfo de AMLO. Lo sentían también su propio triunfo, y cómo no, si ellos contribuyeron enormemente a difundir la imagen del tabasqueño.

Pronto les llegó un golpe de realidad. Los primeros días de su gobierno, AMLO envió una iniciativa al Congreso. En el documento que presentó el presidente, desaparecía la autonomía de las Universidades. Después de la polémica desatada, el gobierno de AMLO tuvo que retractarse, argumentaron que había sido “un error de dedo”.

Días después se anunció que las universidades públicas recibirían menos presupuesto para el 2019, las más afectadas serían la UNAM, la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana) y el IPN (Instituto Politécnico Nacional).

Los mismos estudiantes que gozaban al ver a López Obrador usando la banda presidencial, ahora estaban molestos e indignados. Algunos (los más congruentes) decidieron organizar una marcha y no dudaron un segundo en mostrar su descontento. Otros (los de criterio más débil) aplaudieron la decisión argumentando corrupción (sin prueba alguna, como es su costumbre).

Lo que muchos no lograron comprender es que así funciona la izquierda; mientras no ostentan el poder son complacientes y dóciles, cuando lo obtienen son implacables, incluso hasta con quienes un día fueron sus aliados.

Las universidades públicas seguirán siendo usadas  para fines políticos. Ellos en su ingenuidad, tozudez o capricho entregan todo por un líder que no dudará en patearlos cuando se conviertan en un obstáculo. Hoy es uno quien los usa. Mañana será otro.

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